viernes, 10 de julio de 2015

PIONEROS, PRECURSORES Y PEREGRINOS




A solicitud de don Javier Sanmateo Isaac Peral, y por su importante contenido, publicamos a continuación este escrito: 



PIONEROS, PRECURSORES y PEREGRINOS



                     






Obviamente estas tres palabras tienen significados diferentes. A los efectos de lo que vamos a tratar podemos afirmar, sin salirnos del significado académico, que pionero es aquella persona que da los primeros pasos en alguna actividad humana, precursor se dice de aquel que acomete empresas que no tendrán razón ni hallarán acogida sino en tiempo posterior al que vivieron y peregrino es aquel que viaja por devoción o voto a un santuario o se dice de aquellas opiniones que resultan manifiestamente extravagantes o disparatadas.

El pasado jueves 28 de mayo se presentó en el Salón de Actos del Cuartel General de la Armada el último libro de Agustín Ramón Rodríguez González, titulado: Pioneros Españoles del Submarino. En el concepto de pioneros engloba a Cosme García y a Narciso Monturiol. Es más, el pasado 10 de marzo, en el mismo escenario, pronunció una conferencia titulada: Precursores del Arma submarina española: La tecnología. Cosme García y Narciso Monturiol. No deberían sorprendernos ambos adjetivos, si tenemos en cuenta que en el número de mayo de 2006 de la Revista General de Marina, a propósito de los nombres que el citado autor proponía para la serie de submarinos S-80, los calificaba directa y llanamente como inventores. Pues bien, conviene aclarar y explicar que es del todo improcedente considerar a Cosme García y a Narciso Monturiol como pioneros del submarino, tampoco como precursores y, menos aún, inventores. 

Tanto Cosme García como Monturiol, lo que pretendieron, sin éxito -conviene precisar-, era un medio auxiliar de buceo, derivado y pretendidamente mejorado de la campana de buceo. En ambos casos, se buscaba un artilugio que hiciera más fácil las labores que se realizaban entonces con dichos medios: recolección de tesoros hundidos en los pecios, ciertas modalidades de pesca, etc. Por tanto, no se propusieron en ningún momento la resolución de la navegación submarina, imposible para ellos por el precario desarrollo tecnológico del momento. De hecho, el primero puso como nombre a uno de sus ensayos Garcibuzo, que exponía bien clara sus intenciones. Cosme García efectuó durante los años de 1859 y 1860 varias pruebas en los puertos de Barcelona y Alicante sin suscitar el menor interés por su obra, carente de apoyos en su patria, marchó a Francia con igual propósito e idénticos resultados. Abandonó este proyecto y se dedicó a otras innovaciones de naturaleza diferente en las que acabó por gastar todos sus ahorros y murió algunos años después en la miseria. Monturiol, más avezado en la publicidad y propaganda, supuesto que era su ocupación habitual, consiguió, a diferencia de su predecesor, bastante financiación, el equivalente a  160 kilos de oro, y estuvo dedicado durante cerca de diez años a tratar de obtener  con sus Ictíneos en medio seguro y eficaz para la pesca del coral rojo, uno de los mejores y más lucrativos negocios de la época, pero fracasó en su empeño y fue perdiendo el apoyo de todos los inversores y acreedores, algunos de los cuales actuaron vía judicial contra su empresa. En 1868, coincidiendo con la Revolución que destronó a Isabel II, se dedicó a su verdadera vocación: la política, siendo diputado por el partido republicano en Madrid y ocupando, dentro de uno de los gobiernos republicanos del momento, la dirección de la Fábrica Nacional del Sello. Restaurada la Monarquía cesó su actividad política y trabajó, parece ser, como cajero de un banco hasta su retiro definitivo. En los 18 años que vivió después del fiasco de sus ensayos náuticos, jamás retornó a estos menesteres, ni siquiera cuando estaba en el poder, prueba irrefutable de su incapacidad para abordar el problema que se propuso.

Las carencias de ambos ensayos fueron, en esencia, las mismas: la falta de fuerza motriz le impedía salir del refugio de los puertos y realizar inmersiones por debajo de la cota periscópica, apenas tenían movilidad y sólo podían realizar zambullidas de escasa duración. Ninguno de los dos fue capaz de resolver satisfactoriamente la comunicación de la nave con el medio exterior para realizar las labores que se proponían, aspecto que sí era factible con la campana de buceo, esta cuestión fue la principal razón por la que perdieron el apoyo mercantil que precisaban.  

Por tanto, en modo alguno se puede afirmar que fueran pioneros, menos aún precursores de la navegación submarina; ni fue el objeto de sus ensayos, ni alcanzaron el éxito en su mucha más modesta pretensión de idear algún novedoso ingenio destinado al buceo. Y, por supuesto, aplicarles el calificativo de inventores es absolutamente descabellado.  

A continuación, paso a analizar dos afirmaciones bastante peregrinas que expuso el señor Rodríguez en la citada presentación, ambas referidas al verdadero y único inventor del submarino, Isaac Peral, y que son por completo falsas: su supuesto mal carácter, que según él, le perjudicó y le atrajo la inquina de sus superiores jerárquicos (con lo que insinúa podía ser él mismo el responsable de la inicua decisión del Gobierno en su contra) y su falsa condición de republicano, incluso llegó a afirmar que era un antisistema de la época. No es la primera vez que el citado autor se expresa en similares términos y lo ha escrito en alguna de sus obras anteriores. Lo grave de esto es que, siendo historiador, fabule de semejante modo y no aporte la más mínima y elemental prueba que pueda respaldar sus argumentos. Y no la aporta, por la sencilla razón de que no puede, porque no las hay.

Vayamos por partes. Respecto a su teórico mal carácter, debemos consignar que no hay ningún testimonio de las personas que le trataron que lo corrobore. Ni siquiera sus más acérrimos enemigos, como Víctor Concas o Francisco Chacón, que dejaron ambos abundantes escritos, no precisamente favorables a Peral, jamás aludieron a ese mal genio que le atribuye don Agustín. Se conservan y puede consultarse en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional o en mi libro El Submarino Peral, la gran conjura (Ed. Ágora 2008), una importante porción de testimonios de personas de indudable prestigio, que no pueden ni deben ignorarse. El premio nobel José de Echegaray, escritoras eminentes como Emilia Pardo Bazán o Patrocinio de Biedma, el mejor médico del momento Federico Rubio, la duquesa de Medinaceli, José Ortega Munilla, Juan Spottorno Bienert (padre y suegro de José Ortega y Gasset), Pedro de Novo y Colson, Mariano de Cavia, Alberto Aguilera, Javier de Burgos y un largo etcétera de personalidades de la época que le trataron, incluidas la propia Reina Regente y las infantas doña Isabel (la Chata)  y doña Paz. Unos más o menos favorables, otros neutrales y los dos ya mencionados al principio del párrafo, muy hostiles; en ninguno de los testimonios que nos han dejado, aquellos que le trataron directamente, aparece mención alguna a su pretendido mal carácter, antes bien, y por el contrario, todos coinciden en su afabilidad, su bonhomía y exquisito trato. Y nos preguntamos, de dónde surge esta falacia, pues de una única fuente documental: el Informe del Consejo Superior de la Marina, ordenado por el presidente Cánovas y el ministro Beránger para suplantar y desfigurar el de la Junta Técnica que supervisó las pruebas oficiales del submarino, y destinado para que sirviera de coartada al Gobierno mediante la cual pudiera adoptar la injusta y criminal decisión que finalmente tomó. Ninguno de los miembros del Consejo, salvo el ministro en ejercicio y el anterior, Rodríguez de Arias, conocía en persona a Peral. El ponente del Informe, el capitán de navío Pelayo Alcalá-Galiano, reconoció en su correspondencia personal, recientemente publicada, que no lo conocía ni por foto. Ese informe fue posteriormente adulterado y manipulado por el secretario del Consejo, el capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, que tampoco conocía al inventor y del que luego se descubrió que era un espía al servicio de la Oficina de Inteligencia Naval de la Marina estadounidense. Ambos son los autores del único documento que nos ha llegado sobre la supuesta soberbia del inventor. Evidentemente, le podemos y debemos dar el valor que se merece semejante infamia: nulo valor testimonial. El problema del autor del libro y de la conferencia del pasado 28 de mayo es que no se ha molestado en consultar las verdaderas y originales fuentes documentales que se disponen.      

Respecto a su supuesta y, ya demostrada, falsa condición de republicano, cabe decir que es una burda patraña, un infundio propagado por los responsables de la campaña orquestada para desacreditarle ante la opinión pública en general y la Familia Real en particular. El propio inventor manifestó públicamente y, no una vez, sino varias, su agradecimiento personal a la Regente y su absoluta lealtad a la Corona. Sólo hay que consultar la hemeroteca para comprobarlo, además expuse sobrada información al respecto en mi libro ya citado. Por el contrario, es imposible que el autor pueda aportar una sola prueba de semejante afirmación. No puede, aunque quisiera, respaldarla porque jamás estuvo relacionado con ninguna de las diversas facciones republicanas del momento ni se le conoce la más mínima vinculación con cualquiera de los diversos caudillos de las mismas.

Hasta aquí, don Agustín se limita a hacerse eco o reproducir los infundios y bulos de la época. Pero a continuación se permite una insólita e inadmisible pirueta en su afán fabulador, cuando afirma gratuitamente que era un antisistema de la época (no entiendo qué relación puede ver en un militar de sólida vocación y un hombre de ciencia con el equivalente a los perroflautas de hoy en día) y, no sólo eso, sino que, además, estaba, presuntamente, en connivencia con un supuesto y siniestro grupo revolucionario republicano e iberista. He investigado a fondo la política de la época al objeto de poder aclarar lo que de verdad ocurrió y poder exponerlo en mi libro y estoy en condiciones de afirmar, rotundamente, que este supuesto grupo revolucionario sólo existió en la calenturienta imaginación del conferenciante. Además, es sabido y está demostrado que Isaac Peral jamás se adhirió a ninguna formación política de la época, ni a los partidos dinásticos ni a los contrarios al régimen. Por cierto, y por último, Isaac Peral viajó por muchos países de tres continentes destinos y, sobre todo por muchos de los europeos, pero, curiosamente, no estuvo nunca en Portugal.

Es imperdonable que un pretendido historiador propague semejantes falacias y calumnias, que se haga eco, 125 años después, de los infundios y las maledicencias de sus enemigos, y añada de su cosecha, nuevos y absurdos disparates. La Armada española, cuya historia está repleta de actos heroicos, de marinos esforzados y abnegados, y, sobre todo, audaces; porque si algo caracteriza a sus hombres, es por haberse propuesto hazañas y desafíos que ningún contemporáneo se atrevía a afrontar, como es el caso de Isaac Peral y los tripulantes del primer submarino; como digo, nuestra admirada y querida Armada precisa de historiadores rigurosos y serios, no de estas extravagantes y ficticias interpretaciones.         

Javier Sanmateo Isaac Peral,
Biógrafo y bisnieto del inventor del submarino.  

FELAN-AESLIN   


                
                  

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