A solicitud de don Javier Sanmateo Isaac Peral, y por su importante contenido, publicamos a continuación este escrito:
PIONEROS, PRECURSORES y PEREGRINOS
Obviamente estas tres palabras tienen significados diferentes. A los
efectos de lo que vamos a tratar podemos afirmar, sin salirnos del significado
académico, que pionero es aquella persona que da los primeros pasos en alguna
actividad humana, precursor se dice de aquel que acomete empresas que no
tendrán razón ni hallarán acogida sino en tiempo posterior al que vivieron y
peregrino es aquel que viaja por devoción o voto a un santuario o se dice de
aquellas opiniones que resultan manifiestamente extravagantes o disparatadas.
El pasado jueves 28 de mayo se presentó en el Salón de Actos del Cuartel
General de la Armada
el último libro de Agustín Ramón Rodríguez González, titulado: Pioneros
Españoles del Submarino. En el concepto de pioneros engloba a Cosme García
y a Narciso Monturiol. Es más, el pasado 10 de marzo, en el mismo escenario,
pronunció una conferencia titulada: Precursores del Arma submarina española:
La tecnología. Cosme García y Narciso Monturiol. No deberían sorprendernos
ambos adjetivos, si tenemos en cuenta que en el número de mayo de 2006 de la Revista General de
Marina, a propósito de los nombres que el citado autor proponía para la serie
de submarinos S-80, los calificaba directa y llanamente como inventores.
Pues bien, conviene aclarar y explicar que es del todo improcedente considerar
a Cosme García y a Narciso Monturiol como pioneros del submarino, tampoco como
precursores y, menos aún, inventores.
Tanto Cosme García como Monturiol, lo que pretendieron, sin éxito
-conviene precisar-, era un medio auxiliar de buceo, derivado y pretendidamente
mejorado de la campana de buceo. En ambos casos, se buscaba un artilugio que
hiciera más fácil las labores que se realizaban entonces con dichos medios:
recolección de tesoros hundidos en los pecios, ciertas modalidades de pesca,
etc. Por tanto, no se propusieron en ningún momento la resolución de la
navegación submarina, imposible para ellos por el precario desarrollo
tecnológico del momento. De hecho, el primero puso como nombre a uno de sus
ensayos Garcibuzo, que exponía bien clara sus intenciones. Cosme García
efectuó durante los años de 1859 y 1860 varias pruebas en los puertos de
Barcelona y Alicante sin suscitar el menor interés por su obra, carente de
apoyos en su patria, marchó a Francia con igual propósito e idénticos
resultados. Abandonó este proyecto y se dedicó a otras innovaciones de
naturaleza diferente en las que acabó por gastar todos sus ahorros y murió
algunos años después en la miseria. Monturiol, más avezado en la publicidad y
propaganda, supuesto que era su ocupación habitual, consiguió, a diferencia de
su predecesor, bastante financiación, el equivalente a 160 kilos de oro, y estuvo dedicado durante
cerca de diez años a tratar de obtener
con sus Ictíneos en medio seguro y eficaz para la pesca del coral
rojo, uno de los mejores y más lucrativos negocios de la época, pero fracasó en
su empeño y fue perdiendo el apoyo de todos los inversores y acreedores,
algunos de los cuales actuaron vía judicial contra su empresa. En 1868,
coincidiendo con la
Revolución que destronó a Isabel II, se dedicó a su verdadera
vocación: la política, siendo diputado por el partido republicano en Madrid y
ocupando, dentro de uno de los gobiernos republicanos del momento, la dirección
de la Fábrica
Nacional del Sello. Restaurada la Monarquía cesó su
actividad política y trabajó, parece ser, como cajero de un banco hasta su
retiro definitivo. En los 18 años que vivió después del fiasco de sus ensayos
náuticos, jamás retornó a estos menesteres, ni siquiera cuando estaba en el
poder, prueba irrefutable de su incapacidad para abordar el problema que se
propuso.
Las carencias de ambos ensayos fueron, en esencia, las mismas: la falta
de fuerza motriz le impedía salir del refugio de los puertos y realizar
inmersiones por debajo de la cota periscópica, apenas tenían movilidad y sólo
podían realizar zambullidas de escasa duración. Ninguno de los dos fue capaz de
resolver satisfactoriamente la comunicación de la nave con el medio exterior
para realizar las labores que se proponían, aspecto que sí era factible con la
campana de buceo, esta cuestión fue la principal razón por la que perdieron el
apoyo mercantil que precisaban.
Por tanto, en modo alguno se puede afirmar que fueran pioneros, menos
aún precursores de la navegación submarina; ni fue el objeto de sus ensayos, ni
alcanzaron el éxito en su mucha más modesta pretensión de idear algún novedoso
ingenio destinado al buceo. Y, por supuesto, aplicarles el calificativo de
inventores es absolutamente descabellado.
A continuación, paso a analizar dos afirmaciones bastante peregrinas que
expuso el señor Rodríguez en la citada presentación, ambas referidas al
verdadero y único inventor del submarino, Isaac Peral, y que son por completo
falsas: su supuesto mal carácter, que según él, le perjudicó y le atrajo la
inquina de sus superiores jerárquicos (con lo que insinúa podía ser él mismo el
responsable de la inicua decisión del Gobierno en su contra) y su falsa
condición de republicano, incluso llegó a afirmar que era un antisistema
de la época. No es la primera vez que el citado autor se expresa en similares
términos y lo ha escrito en alguna de sus obras anteriores. Lo grave de esto es
que, siendo historiador, fabule de semejante modo y no aporte la más mínima y
elemental prueba que pueda respaldar sus argumentos. Y no la aporta, por la
sencilla razón de que no puede, porque no las hay.
Vayamos por partes. Respecto a su teórico mal carácter, debemos
consignar que no hay ningún testimonio de las personas que le trataron que lo
corrobore. Ni siquiera sus más acérrimos enemigos, como Víctor Concas o
Francisco Chacón, que dejaron ambos abundantes escritos, no precisamente
favorables a Peral, jamás aludieron a ese mal genio que le atribuye don
Agustín. Se conservan y puede consultarse en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional
o en mi libro El Submarino Peral, la gran conjura (Ed. Ágora 2008), una
importante porción de testimonios de personas de indudable prestigio, que no
pueden ni deben ignorarse. El premio nobel José de Echegaray, escritoras
eminentes como Emilia Pardo Bazán o Patrocinio de Biedma, el mejor médico del
momento Federico Rubio, la duquesa de Medinaceli, José Ortega Munilla, Juan
Spottorno Bienert (padre y suegro de José Ortega y Gasset), Pedro de Novo y
Colson, Mariano de Cavia, Alberto Aguilera, Javier de Burgos y un largo
etcétera de personalidades de la época que le trataron, incluidas la propia
Reina Regente y las infantas doña Isabel (la Chata)
y doña Paz. Unos más o menos favorables, otros neutrales y los dos ya
mencionados al principio del párrafo, muy hostiles; en ninguno de los
testimonios que nos han dejado, aquellos que le trataron directamente, aparece
mención alguna a su pretendido mal carácter, antes bien, y por el contrario,
todos coinciden en su afabilidad, su bonhomía y exquisito trato. Y nos
preguntamos, de dónde surge esta falacia, pues de una única fuente documental:
el Informe del Consejo Superior de la
Marina, ordenado por el presidente Cánovas y el ministro
Beránger para suplantar y desfigurar el de la Junta Técnica que
supervisó las pruebas oficiales del submarino, y destinado para que sirviera de
coartada al Gobierno mediante la cual pudiera adoptar la injusta y criminal
decisión que finalmente tomó. Ninguno de los miembros del Consejo, salvo el
ministro en ejercicio y el anterior, Rodríguez de Arias, conocía en persona a
Peral. El ponente del Informe, el capitán de navío Pelayo Alcalá-Galiano,
reconoció en su correspondencia personal, recientemente publicada, que no lo
conocía ni por foto. Ese informe fue posteriormente adulterado y manipulado por
el secretario del Consejo, el capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, que
tampoco conocía al inventor y del que luego se descubrió que era un espía al
servicio de la Oficina
de Inteligencia Naval de la
Marina estadounidense. Ambos son los autores del único
documento que nos ha llegado sobre la supuesta soberbia del inventor.
Evidentemente, le podemos y debemos dar el valor que se merece semejante
infamia: nulo valor testimonial. El problema del autor del libro y de la
conferencia del pasado 28 de mayo es que no se ha molestado en consultar las
verdaderas y originales fuentes documentales que se disponen.
Respecto a su supuesta y, ya demostrada, falsa condición de republicano,
cabe decir que es una burda patraña, un infundio propagado por los responsables
de la campaña orquestada para desacreditarle ante la opinión pública en general
y la Familia Real
en particular. El propio inventor manifestó públicamente y, no una vez, sino
varias, su agradecimiento personal a la Regente y su absoluta lealtad a la Corona. Sólo hay que
consultar la hemeroteca para comprobarlo, además expuse sobrada información al
respecto en mi libro ya citado. Por el contrario, es imposible que el autor
pueda aportar una sola prueba de semejante afirmación. No puede, aunque
quisiera, respaldarla porque jamás estuvo relacionado con ninguna de las
diversas facciones republicanas del momento ni se le conoce la más mínima
vinculación con cualquiera de los diversos caudillos de las mismas.
Hasta aquí, don Agustín se limita a hacerse eco o reproducir los
infundios y bulos de la época. Pero a continuación se permite una insólita e
inadmisible pirueta en su afán fabulador, cuando afirma gratuitamente que era
un antisistema de la época (no entiendo qué relación puede ver en un
militar de sólida vocación y un hombre de ciencia con el equivalente a los perroflautas
de hoy en día) y, no sólo eso, sino que, además, estaba, presuntamente, en
connivencia con un supuesto y siniestro grupo revolucionario republicano e
iberista. He investigado a fondo la política de la época al objeto de poder
aclarar lo que de verdad ocurrió y poder exponerlo en mi libro y estoy en
condiciones de afirmar, rotundamente, que este supuesto
grupo revolucionario sólo existió en la calenturienta imaginación del
conferenciante. Además, es sabido y está demostrado que Isaac Peral jamás se
adhirió a ninguna formación política de la época, ni a los partidos dinásticos
ni a los contrarios al régimen. Por cierto, y por último, Isaac Peral viajó por
muchos países de tres continentes destinos y, sobre todo por muchos de los
europeos, pero, curiosamente, no estuvo nunca en Portugal.
Es imperdonable que un pretendido historiador propague semejantes
falacias y calumnias, que se haga eco, 125 años después, de los infundios y las
maledicencias de sus enemigos, y añada de su cosecha, nuevos y absurdos
disparates. La Armada
española, cuya historia está repleta de actos heroicos, de marinos esforzados y
abnegados, y, sobre todo, audaces; porque si algo caracteriza a sus hombres, es
por haberse propuesto hazañas y desafíos que ningún contemporáneo se atrevía a
afrontar, como es el caso de Isaac Peral y los tripulantes del primer
submarino; como digo, nuestra admirada y querida Armada precisa de
historiadores rigurosos y serios, no de estas extravagantes y ficticias
interpretaciones.
Javier Sanmateo Isaac Peral,
Biógrafo y bisnieto del inventor del submarino.
FELAN-AESLIN